¿Y si estoy mendigando amor dentro de mi propia familia?
Diario 22#: Un día del padre, un viaje a la playa y una herida que no se dijo en voz alta
Hay silencios que no hacen ruido, pero duelen como si gritaran.
El pasado domingo fue el Día del Padre y también el cumpleaños de mi papá. El verdadero doblete. Doble celebración, doble regalo, doble excusa para que la familia se junte, ¿cierto?
Pero no fue así.
Ese día terminó siendo una suma de cosas que me dejaron más pensativa que festiva.
Mi papá planeó una salida a la playa (algo lejos, ida y vuelta, todo en un día). Pero yo no podía ir. Estoy cerrando semestre y las evaluaciones me están respirando en la nuca. Me disculpé con tiempo y le propuse vernos en la semana, a lo que solamente me contestó: “jejeje”. Nada más.
Todo medianamente bien hasta ahí. Lo que me hizo ruido fue la forma en que me enteré de la salida: mi papá me dice por teléfono “¿Tu hermano no te escribió a ver si te animas?”. Yo ni sabía del viaje. Me entero que le dijo a mi hermano que me invitara.
Como si la invitación fuese opcional.
Como si fuera cualquier salida.
Como si yo fuera cualquiera.
Y me quedé pensando… ¿por qué no me lo dijo él mismo? ¿Por qué tercerizar algo tan simple y tan significativo como invitar a su hija a su cumpleaños? Peor aún, ¿por qué mi hermano ni se tomó la molestia? ¿Tanto le cuesta a alguien recordarte?
La verdad es que, más allá de la rabia o la decepción, lo que sentí fue ausencia. No física, sino esa que se nota cuando estás, pero nadie te ve.
No es la primera vez que me alejo de este tipo de planes familiares. Las salidas suelen estar llenas de tensiones, reproches, gritos entre ellos. Casi nunca hay espacio para la conversar sobre temas triviales, para el disfrute colectivo. Y yo, siendo la única hija, quedo atrapada en un limbo donde soy parte del grupo, pero nadie se preocupa por si tengo hambre, frío o ganas de volver a casa. Y no es por ser egoísta, este escrito no va por esa línea, sino el sentir que solo estás ahí por compromiso.
A veces pareciera que soy solo la que va en el asiento del medio en los viajes en carro.
Y aún así, intento. Quiero tener una relación más cercana con mi hermano. Pero él vive en un código distinto. Muchas veces es grosero, habla como si tuviera treinta cuando apenas tiene diecisiete, y pareciera que todo le da igual. Cuando mi papá nos propuso salir los tres a comer el jueves, él ni lo pensó para rechazarlo: “¿¡Qué!? ¡No, señor! el jueves salgo de vacaciones y nos vamos a rumbear a casa de Matías”.
Y eso fue todo. Ni una mirada hacia mí. Ni una pregunta sobre si yo quería ir. Ni un comentario de mi papá… nada.
Como no vivo con ellos, para mí esas salidas tienen importancia. Lo veo como una oportunidad de ponernos al corriente. Ya que mi hermano sale de bachillerato, saber qué quiere hacer ahora, si entrar a la universidad, si esperar un tiempo, seguir con el béisbol y hacer un curso más corto… cualquier cosa que él quiera hacer. Pero lo que yo quiero es sentirme parte de su vida, no como una extraña.
Y ahí fue cuando lo pensé:
¿Será que estoy pidiendo demasiado?
¿Será que estoy mendigando cariño, atención o un gesto bonito a personas que no lo tienen en su radar?
¿Me convertí en la migajera de mi familia?
Esa palabra se ha puesto de moda en redes, sí, pero cuando me doy cuenta que podría ser parte de ella en un sentido más íntimo duele distinto. No por drama, sino porque te hace cuestionar muchas cosas.
Porque a veces no es que me duele lo que hacen los demás, sino todo lo que yo he estado dispuesta a hacer y no fue correspondido.
Y entonces me asalta otra pregunta incómoda:
¿Estoy fallando como hermana?
Porque veo a otras familias, a hermanos que se escriben, que se abrazan, que salen juntos, que hacen cosas juntos y se cuidan. Y no puedo evitar pensar que tal vez yo estoy haciendo algo mal. Pero también sé (porque lo siento en el cuerpo) que hay vínculos que, aunque uno los riegue con toda el alma, simplemente no florecen.
De todas las “noviecitas” que él ha tenido (como les dice mi papá) solo he conocido a una, y eso fue hace relativamente poco, y cuando le pregunté de nuevo por ella, me respondió con un humillante: “¿Quién…?”. Luego con indiferencia continuó caminando y viendo las tiendas, como si estuviese tratando de acordarse por una camisa que no ha visto en su closet por mucho tiempo.
Y esta actitud me duele. Primero me duele como mujer, porque a mi no me gustaría que un hombre me trate así, y que sea mi hermano me quema por dentro, me parece inaceptable. Y segundo, porque es culpa también de mi papá, ¿acaso para él es un orgullo que su hijo hable con cinco al mismo tiempo y las trate como a unos trapos sucios? Sólo para decir: “si yo estuve con ella… pero nah”. ¿Cómo reaccionaría él si yo saliera con alguien que me trata así? ¿Ahí si le dolería…?
¿Tener un hijo machito es más importante que tener uno que sea buena persona?
Con todas estas preguntas en mi cabeza, le conté todo a mi mamá. Temprano tuve que pasar por su oficina para grabar una entrevista y cuando llegué a la casa le conté todo por mensaje.
No me dijo lo que yo esperaba. No me ofreció consuelo automático, ni lanzó indirectas, ni intentó maquillar lo que ya me dolía. Eso lo hacía antes, para esconder que mi papá no es ese héroe que el resto de mi familia cree que es, que simplemente es un hombre que conmigo… es un papá a medias.
Solo me mandó un mensaje que, sin adornos, me dejó pensando aún más:
Hoy recibí muchas flores por ti, por como eres... gracias a Dios eres una chica con valores, responsable... haz lo que quieras hacer. Si quieres hacer tus videos, tus cosas pendientes, que te salgan bien, hazlo. Si quieres salir con él, anda. Yo voy a estar aquí.
Decide qué te va a dejar con más gusto.
Ya a estas alturas si te pone un jejeje, ¿qué vas a hacer? De eso se trata, cuando a uno le gusta un lugar o unas personas, uno va. Y punto.
¿Aaaah, ¿para los cumpleaños sí se llevan bien? ¿Para los cumpleaños sí están bien con los hijos?
Flavia, Uno está donde quiere estar.
Y fue entonces cuando entendí.
Yo también tengo derecho a decidir dónde sí quiero estar.
Y justo ahí recordé a mis amigos de la universidad. Sé que ya he escrito un artículo sobre ellos antes, pero no me cansaré de decirlo. Ellos han sido esa pequeña familia que no me tocó por sangre, pero sí por suerte. Me han cuidado cuando yo ni sabía cómo cuidarme a mí misma. Y me han querido sin tener la obligación de hacerlo.
Tal vez ahí está el punto:
La familia también se escoge.
Y cuando tú das amor desde el lugar correcto (con honestidad y sin esperar retribuciones imposibles) ese amor, de una forma u otra, siempre vuelve. A veces no desde quien más lo esperas. Pero vuelve.
Vuelve como palabra de aliento, como un mensaje de Zaid a las 2 a. m. diciéndome que deberíamos ir a comer hamburguesas, como cuando Jesús me dice que va a hacer stream de Minecraft y que me una, como acompaño a Natalia a comprarse una bebida energética a las 10 de la mañana, como cuando Diego me rescata y me lleva a mi casa, como cuando Miguel, Andrea, Christian y yo hacemos un trabajo juntos a última hora pero resulta ser de los mejores…
Por solo mencionar algunas cosas.
Así que no, en realidad no estoy fallando como hermana.
Estoy aprendiendo a querer sin rogar.
Y sobre todo, a cuidarme como me cuidan los que sí me ven.
Nota: Ya solo faltan unas 3 semanas para terminar un semestre en el que los profesores dejaron las evaluaciones para último momento. En otras instancias, aquí va otra publicación, tenía tiempo que no hacía una de este estilo.
El domingo mi mamá compró un pollo frito muy bueno, así que manifestaré para que ustedes también coman pollo frito este fin de semana… y si no comen pollo… pues manifiesto tu comida favorita.😗✌️